miércoles, 7 de octubre de 2015

Henry S. Salt: "Los derechos de los animales"




Aunque ya existen libros incluso un siglo anteriores, "Los derechos de los animales" de Henry S. Salt, publicado por primera vez en 1892, fue un libro pionero en lo que a los derechos de los animales y al significado de este término se refiere. Tras una introducción de Jesús Mosterín y unas primeras palabras de Henry S. Salt donde ya se advierte que se trata de un término muy utilizado en las falacias y los juegos de palabras y que no trata esta obra de discusiones académicas y lingüísticas sino éticas, Salt deja clara la necesidad de contemplar el significado de derecho del mismo modo para humanos y para razas inferiores, término que no comparto pero bastante utilizado, aunque sea en menor grado, ya que las características de las que los humanos se vanaglorian también se encuentran en los demás animales aunque sea en ese menor grado. Se trata de un libro corto, de fácil lectura y dividido en cortos capítulos que de manera muy didáctica tratan de un ámbito diferente en el que los animales son torturados y sus derechos son vulnerados, aunque esto no evita desde luego que nos hallemos ante un libro muy profundo y que en el año en el fue publicado tuvo que resultar desde luego muy llamativo y pionero.

El libro se divide en los siguientes capítulos:

1.- El principio que reconoce los derechos de los animales: Todos entendemos como derechos vitales, primordiales, esenciales e inherentes a la existencia misma del individuo el derecho a la vida, a hacer con ella lo que uno quiera, a no ser torturado ni privado de libertad. El término libertad también ha sido muchas veces utilizado en juegos de palabras para ridiculizar a los que la defienden, ya que no se puede tolerar que alguien tenga la libertad de matar, por poner un ejemplo extremista, por lo que la libertad ha de ser restringida. Pero es que en la defensa de la libertad de todos los seres sintientes, la de todos, no la mía sobre la tuya, esa restricción va implícita, resultando una obviedad que cada uno ha de tener la libertad de hacer con SU vida lo que quiera, pero nunca nada con la de otros si ellos no quieren, y que debe ejercer su libertad sin dañar a nadie. Pues bien, teniendo en cuenta que, aunque sea en mayor o menor grado, todos los seres sintientes compartimos estos mismos intereses, también en mayor o menor grado hemos de disfrutar de la libertad de gozar de ellos, es decir, hemos de tener los mismos derechos, derechos que no se basan en que tú tengas una obligación, sino en que otro tiene una obligación respecto a ti, algo muy patente en el caso de los niños y los animales no humanos, tanto más cuanto más dependen de los humanos, algo que Jesús Mosterín ya aclara en la introducción. Ya Salt en este capítulo, muy ingeniosamente teniendo en cuenta el año en el que se escribió, habla de cómo los blancos pusieron el grito en el cielo cuando se reclamaron los derechos de los negros, como ocurrió en el caso de las mujeres, situación que comenzó a cambiar drásticamente y de manera rápida, dando una visión optimista también en lo que se refiere al estado de los animales no humanos. Hace hincapié también en el concepto de necesidad, ya que lo utilizamos para justificar prácticas que no son en realidad necesarias para el ser humano.

Si tenemos que matar, ya se trate de hombre o de animal, matemos y ya está; si hemos de infligir dolor, hagamos lo que es inevitable, sin hipocresía, sin evasivas, sin gazmoñería. Pero (en esto reside el punto cardinal), asegurémonos antes de que es necesario; No trafiquemos arbitrariamente con las innecesarias miserias de otros seres e intentemos luego acallar nuestra conciencia con una serie de excusas mal traídas que no resisten un solo momento de imparcial investigación.

2.- El caso de los animales domésticos: De manera acertada separa Salt los denominados animales domésticos de los salvajes. ¿Tenemos nosotros derecho a esclavizar a individuos de otras especies? Si ya está hecho y muchos animales han sido modificados hasta el punto de que hemos pasado a compartir de alguna manera el mismo entorno natural dependiendo siempre ellos de nosotros, ¿no tenemos acaso la obligación de respetar sus características naturales y proporcionarles el mayor bienestar posible como hacemos con los niños?

La vida normal de las «bestias de carga», el caballo, el asno y la mula, es de principio a fin una ruda negación de su individualidad y su inteligencia. Solemos dirigirnos a ellos y tratarlos como necios intrumentos de la voluntad y el placer humanos, en vez de como los seres sensibles y de elevada organización que son.

Aparte de los derechos universales que poseen en común con todos los seres inteligentes, los animales domésticos tienen un especial derecho a la cortesía y al sentido de equidad de los seres humanos por cuanto son no sólo sus criaturas compañeras, sino sus compañeros de trabajo. Están a su cargo y son, en muchos casos, miembros asociados a la familia y huéspedes de confianza en su hogar.

la esclavitud es odiosa e inicua en toda ocasión

3.- El caso de los animales salvajes: Así como los animales domésticos, aunque evidentemente no éticamente, son legalmente de nuestra propiedad, no ocurre lo mismo con los animales salvajes, por lo tanto, con mayor razón se hace patente de parte de quién está la barbarie cuando los arrancamos de su entorno natural, sea cual sea la razón. Ningún animal es per se una plaga, un alimento, un vestido o cualquier otra cosa. Es obvio que la defensa propia es totalmente legítima, pero eso no nos da derecho en ser los primeros en atacar si no hay ningún peligro patente en ningún ámbito.

Aprovechar los sufrimientos de los animales, salvajes o domesticados, para la satisfacción deportiva, la gula o la moda, resulta del todo incompatible con ninguna posible afirmación de los derechos de los animales.

Enjaular a un ave canora es otra práctica que merece la mayor reprobación.

Señalaré por último que, si deseamos cultivar una más estrecha intimidad con los animales salvajes, debe ser una intimidad que se base en el amor genuino por ellos en cuanto seres vivientes y criaturas compañeras, y no en el superior poder o astucia que nos permiten arrancarlos de su hábitat nativo, frustrar la entera finalidad de su vida y degradarlos para convertirlos en animales objeto, en curiosidades, en autómatas que nos ahorran trabajo.

4.- La matanza de animales como alimento: Todavía hoy en día este campo es el que más heridas hace sangrar entre los propios defensores de los derechos de los animales, y Salt, que este libro concreto no quería dedicarlo al vegetarianismo (para ello ya escribió otro libro ya que era vegetariano), no pudo aun así resistirse a dedicarle unas palabras para defender la total ausencia de dolor físico y psíquico en los animales que destinamos a nuestra dieta, aunque dejando claro que él ya intuía que este campo sería el más lento en cambiar, pero que estaba convencido de que finalmente lo haría.

La anatomía comparada ha demostrado que el hombre no es carnívoro, sino frugívoro, en su estructura natural, y la experiencia ha demostrado que la alimentación a base de carne es totalmente innecesaria para sustentar una vida saludable.

Hace cincuenta o cien años quizá existiera alguna excusa para suponer que el vegetarianismo era una simple manía. Pero no existe en la actualidad semejante excusa.

El argumento común, que adoptan muchos apologistas del consumo de carne, o de la caza del zorro, según el cual el dolor que se inflige al matar a los animales está más que compensado por el placer que han gozado durante su vida, ya que de otro modo no hubieran existido siquiera, es más ingenioso que convincente, ya que no es en rigor nada más que la vieja y conocida falacia que ya hemos comentado: el arbitrario truco de constituirnos nosotros en portavoces e intérpretes de nuestras víctimas.
(Y los siempre anclados en el pasado tauricidas siguen recurriendo en la actualidad a esta falacia...)

5.- Caza deportiva, o matarifes de afición: Lamentablemente, cuando un matarife de la industria cárnica se excede (ejem...) en su trabajo y es grabado torturando, maltratando y golpeando a un animal puede escudarse en que "es su trabajo", lo que no deja de ser de alguna manera legalmente cierto en ocasiones, aunque desde luego nunca éticamente. ¿Pero qué pasa cuando ciertas especies y razas de animales son criadas para que ataquen a otras para la mera diversión del humano que no va a comer en general a esos animales (o aunque lo haga ya bastante penoso es que exista la industria alimenticia como para que se añadan más víctimas inocentes innecesariamente) y que llega a maltratar y abandonar a los predadores que mostraban incluso amor por sus verdugos? Ya Salt se dió cuenta en el siglo XIX de que urgía legislar estas barbaries, y en ello seguimos, pero no me quiero imaginar cómo era todo cuando existía la, encima, distinguida caza del zorro, aunque la caza con galgos siga poniendo los pelos de punta.

Si es que los animales —o los seres humanos, si se quiere— han de ser sacrificados, pues sacrifíqueselos. Pero hallar diversión en la angustia mortal de otros seres es en verdad de una estupidez desoladora.

6.- Sombrerería asesina: Salt dedicó este capítulo concretamente a la sombrerería y no a la utilización de pieles en general, porque consideraba que la utilización del cuero natural iría disminuyendo con la disminución de la matanza de vacas y cerdos (cierto es que los veganos nos hemos multiplicado increíblemente desde el siglo XIX, pero no contempló que aunque la industria liberaría a muchos animales de servir para el trabajo como así ocurrió, Henry Ford desarrollaría la producción en cadena que se aplicaría en tantos ámbitos de la vida), mencionando además que la utilización de cueros artificiales se estaba extendiendo, y consideró que el caso de matar aves con el único fin de adornar las cabezas de las inglesas del XIX, embellecimiento que seguro que necesitaban pero que se convertía en afeamiento con el vertido de sangre, necesitaba un capítulo específico, por lo, a todas luces y se mirase por donde se mirase, innecesario de la práctica, práctica que no existiría si el producto no fuera demandado, siendo las verdaderas responsables las que utilizaban sombreros con plumas y no los que arrancaban esas plumas a las aves. Considero que hoy en día es igual, y que los que pagan son los que hacen que una práctica no desaparezca, aunque entonces no contaban con la industria publicitaria que tanto ha cambiado todo...

A la alimentación carnívora corresponde la orgullosa distinción de causar una mayor cantidad de sufrimiento que ninguna otra costumbre; a la caza deportiva, el mérito de una brutalidad única, sin parangón; mientras que la clientela de la sombrerería asesina proporciona el ejemplo más maravilloso de la capacidad de la mente humana para ignorar las responsabilidades personales.

7.- La tortura experimental: Existen muchos libros actuales a este respecto, escritos por científicos y destinados a abolir la experimentación animal, pero llama la atención que ya en el siglo XIX se apelara por el desarrollo de técnicas alternativas hoy bastante desarrolladas aunque intereses empresariales hagan que no continúen desarrollándose hasta dejar a la vivisección desfasada.

Nada que sea aborrecible, repugnante, intolerable a los instintos generales de la humanidad, es necesario. Es mil veces preferible que la ciencia renuncie a la cuestionable ventaja de ciertos descubrimientos problemáticos, o que los posponga, a que se atente incuestionablemente contra la conciencia moral de la comunidad creando confusión entre el bien y el mal. El atajo no siempre es el camino recto, y perpetrar una cruel injusticia contra los animales inferiores y tratar luego de excusarla sobre la base de que beneficiará a la posteridad, es un argumento tan inadecuado como inmoral. Puede que sea ingenioso (en el sentido de engañar al que no sabe), pero no es con certeza científico en ningún sentido verdadero.

Quienes trabajan para abolir la vivisección, o cualquier otro mal en particular, deberán hacerlo con el declarado propósito de tomar una de las plazas fuertes del enemigo, no porque crean que con ello habrá concluido la guerra, sino porque podrán hacer uso de la posición así ganada como un ventajoso punto de partida para un progreso todavía mayor.

8.- Líneas de reforma: ¿Cómo conseguir cambiar la mayoritaria idea de que hay un insalvable abismo entre humanos y animales, términos que casi parecen opuestos cuando los humanos somos una especie animal más? Principalmente, mediante dos vías. La educación, tanto de niños como de adultos, y la legislación, tan importante si se vive en una sociedad moderna (dejemos el posmodernismo para otra ocasión) para prohibir el mal, porque como se ha dicho al principio, cada individuo debe tener el derecho de hacer con su propia vida lo que quiera, pero nada por la fuerza con la de los demás.

La gran república del futuro no limitará al hombre su beneficiencia.

(...)se trata de aseverar que la razón nunca puede, por sí sola, dar lo mejor de sí; no puede ser nunca verdaderamente racional, excepto cuando se halla en perfecta armonía con los instintos y simpatías emocionales, profundamente asentados, que subyacen a todo pensamiento.

Muchos activistas actuales no se muestran tan optimistas como lo era Salt, pero como él recalca, no nos olvidemos de que la situación de los esclavos negros cambió de la noche a la mañana, la de las mujeres, según se vea, también lo hizo o lo está haciendo todavía pero rápidamente, lo mismo pasó con los niños trabajadores, y somos ya millones los que defendemos los derechos de los animales no humanos ya que ellos no lo pueden hacer por sí mismos. Dejemos a un lado la ecología y el mal inherente al ser humano que continuará creando guerras, y aferrémonos a un pensamiento optimista, indispensable para cambiar algo. Ya lo dijo Leigh Hunt: «Que el dolor y el mal existan no es regla para que cualquier idiota los agrande». El establecimiento de los derechos de los animales no humanos y la prohibición de su vulneración y el cada vez mayor castigo por cometerla es ya imparable.

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