No sé dónde se encuentra la oficina de alas perdidas. ¿Dónde queda uno flotando cuando desenterró sus raíces para utilizar las alas? Porque en la tierra desde luego no me siento de ninguna manera. Mucho que purgar. Manos demasiado temblorosas para manipular la vida por mí mismo. La impotencia, la ansiedad, el mal. Pero a través de la tela de araña que nunca dejamos de tejer vemos a veces siluetas reconocibles, y aunque solemos pretender crear muros férreos, sólo somos capaces de tejer frágiles telas de araña ¿Por qué no la rompemos y nos cogemos de la mano para facilitar el avance? Bebiendo mi propia sangre para no desangrarme, su psicoactivo principio activo me retrotrae a aquella calle que visité hace unos años y que continuó y continuó a pesar de toda la gente que la pisó durante siglos. Nadie puede destruir tus luces. Lámparas de gas en un principio, luces de neón ahora. Cuando no seas capaces de verlas, yo te diré que no se han apagado ya que me están ayudando a no perderme. Cuando necesites encender alguna nueva y te sientas paralizada, yo la encenderé por ti. Para ti y para mí. Siento que te lo debo, en la búsqueda de un camino bidireccional, porque las calles unidireccionales son más propensas a los accidentes y los enfrentamientos. Cuando nos encontremos y nos crucemos manejando nuestros carros con caballos blancos, no tenemos más que pararnos un tiempo para no perdernos de vista. Los caballos blancos, exhaustos de tanto cabalgar para volver a su onírica tierra de origen, nos lo agradecerán. Ellos también necesitan un descanso. Nos enseñarán su lenguaje y podremos seguir adelante cuando ellos no estén. Bajémonos de nuestros carros para que nuestros dedos se toquen. Esa es la única manera de que la espera merezca la pena, porque nos ayudaremos a encontrar misteriosos atajos mientras los demás siguen el camino marcado. Los caballos tienen las patas doloridas por todas las piedras que se han encontrado por el camino. Yo ya me he bajado de mi carro y me dirijo hacia tu mano. Me han dicho que cerca hay un río en el que nos podemos lavar sin recurrir a los dolorosos guantes de crin que decidimos usar hace tiempo ya. ¿Nos acompañamos?
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