Modelo: Yo mismo
Autorretrato del año 2014
CAMBIOS
I.
Más tarde, señalarían la muerte de su hermana, el cáncer que se comió su vida de doce años, con tumores del tamaño de huevos de pato en el cerebro, y él un niño de siete años, mocoso y con el pelo cortado al uno, viendo con ojos marrones muy abiertos cómo ella se moría en un hospital blanco, y dirían, "Eso fue el principio de todo", y quizá lo fue.
En Recarga (dir.
Robert Zemeckis, 2018), la película biográfica, dan un salto atrás
a su adolescencia y él está viendo a su profesor de ciencia morirse
de SIDA y siguiendo una discusión sobre la disección de una rana
grande de estómago pálido.
—
¿Por
qué hemos de desmembrarla? —
dice
el joven Rajit, mientras la música sube—
.
¿No deberíamos darle vida? —
Su
profesor, representado por el difunto James Earl Jones, parece
avergonzado y después inspirado, y alza la mano desde la cama del
hospital hasta el hombro huesudo del niño. "Bueno, si alguien
puede hacerlo, Rajit, ése eres tú", dice en un murmullo de
bajo profundo.
El niño asiente con la
cabeza y nos mira fijamente con una entrega en los ojos que raya en
el fanatismo.
Esto nunca ocurrió.
II.
Es un día gris de noviembre y ahora Rajit es un hombre de cuarenta y tantos años, alto y con gafas de montura oscura, que en estos momentos no lleva puestas. La falta de gafas resalta su desnudez. Está sentado en la bañera mientras el agua se enfría, practicando la conclusión de su discurso. Camina un poco encorvado en la vida diaria, aunque ahora no lo está, y considera sus palabras antes de hablar. No es muy buen orador.
El apartamento de
Brooklyn, que comparte con otro investigador científico y un
bibliotecario, hoy está vacío. Se le ha encogido y arrugado el pene
en el agua tibia. "Lo que esto significa", dice en voz alta
y despacio, "es que hemos ganado la guerra contra el cáncer".
Entonces hace una pausa,
acepta una pregunta de un periodista imaginario que está en el otro
lado del cuarto de baño.
—
¿Efectos
secundarios? —
se
responde en una voz resonante de cuarto de baño—
.
Sí, hay algunos efectos secundarios. Pero, por lo que hemos podido
determinar, no se trata de nada que cree cambios irreparables.
Sale de la bañera de
porcelana desconchada y camina, desnudo, hasta la taza del váter,
donde vomita mucho, el miedo a salir a escena atravesándole como un
cuchillo para destripar. Cuando ya no le queda nada que vomitar y las
náuseas secas han pasado, Rajit se enjuaga la boca con Listerine, se
viste y coge el metro hasta el centro de Manhattan.
III.
Es, como señalará la revista Time, un descubrimiento que "revolucionaría la naturaleza de la medicina de forma absolutamente tan radical e importante como el descubrimiento de la penicilina".
—
¿Y
si —
dice
Jeff Goldblum, en el papel del Rajit adulto en la película
biográfica—
,
y si se pudiera recomponer el código genético del cuerpo? Hay
tantas enfermedades que surgen porque el cuerpo ha olvidado lo que
debería estar haciendo. El código está revuelto. El programa se ha
corrompido. ¿Y si... y si se pudiera arreglar?—
Estás
loco —
replica
su novia preciosa y rubia, en la película. En la vida real no tiene
novia; en la vida real la vida sexual de Rajit es una serie irregular
de transacciones comerciales entre Rajit y los jóvenes de la agencia
de Acompañantes AAA-Ajax.—
Mira
—
dice
Jeff Goldblum, expresándolo mejor de lo que Rajit lo expresó
jamás—
,
es como un ordenador. En vez de intentar arreglar los problemas
técnicos provocados por un programa corrupto uno a uno, síntoma a
síntoma, basta con reinstalar el programa. Toda la información está
allí desde el primer momento. Sólo tenemos que decirle a nuestros
cuerpos que vuelvan a comprobar el ARN y el ADN, que vuelvan a leer
el programa, si quieres. Y, luego, que lo vuelvan a cargar.
La actriz rubia sonríe y
detiene sus palabras con un beso, divertida e impresionada y
apasionada.
IV.
La mujer tiene cáncer de bazo y de ganglios linfáticos y de abdomen: linfoma no hodgkiniano. Además, tiene neumonía. Ha aceptado la petición de Rajit de utilizar un tratamiento experimental con ella. También sabe que asegurar que uno puede curar el cáncer es ilegal en América. Era una mujer gorda hasta hace poco, pero ha perdido peso y a Rajit le recuerda a un muñeco de nieve al sol: cada día se deshace, cada día está, le parece a él, menos definida.
—
No
es una droga en el sentido que usted se figura —
le
dice a la mujer—
,
es un conjunto de instrucciones químicas —
ella
parece perpleja. Rajit le inyecta dos ampollas de un líquido
transparente en las venas.
Pronto está dormida.
Cuando se despierta, se
ha librado del cáncer. La neumonía la mata poco después.
Rajit ha pasado los dos
días previos a la muerte de la mujer preguntándose cómo explicará
el hecho de que, tal como demuestra la autopsia sin ninguna duda, la
paciente ahora tiene un pene y es, en todo sentido, tanto por sus
funciones como por sus cromosomas, varón.
V.
Han pasado veinte años y estamos en un apartamento diminuto en Nueva Orleans (aunque también podría ser Moscú o Manchester o París o Berlín). Esta noche va a ser la gran noche y Juan/a estará despampanante.
Tiene que elegir entre un
vestido de salón francés del siglo XVIII estilo miriñaque para
polonesas (polisón de fibra de vidrio, escote con estructura
interior de alambre en corpiño carmesí bordado con encaje), o una
reproducción del traje de salón de Sir Phillip Sydney, de
terciopelo negro e hilo de plata, con gorguera y bragueta y todo. Al
final, después de sopesar las opciones, Juan/a se decide por escote
frente a polla. Quedan doce horas: Juan/a abre la botella de las
pastillas rojas, cada pastillita roja marcada con una X, y se traga
dos. Son las 10 de la mañana y Juan/a se va a la cama, empieza a
masturbarse, tiene el pene semiduro, pero se duerme antes de
correrse.
La habitación es muy
pequeña. Hay ropa colgando de todas las superficies y una caja de
pizza vacía en el suelo. Juan/a suele roncar fuerte, pero cuando
hace una carga libre no hace ningún ruido en absoluto y podría
estar en una especie de coma.
Juan/a se despierta a las
10 de la noche, sintiéndose tierna y como nueva. Cuando empezó con
la movida de las fiestas, cada cambio provocaba un auto-examen
riguroso, en el que inspeccionaba lunares y pezones, prepucio o
clítoris, y descubría qué cicatrices habían desaparecido y cuáles
se habían quedado. Sin embargo, Juan/a es ahora un veterano y se
pone el polisón, las enaguas, el corpiño y el vestido, con los
pechos nuevos (altos y cónicos) muy juntos y las enaguas arrastrando
por el suelo, lo que significa que puede ponerse debajo las botas de
Doctor Martens de hace cuarenta años (nunca se sabe cuándo habrá
que correr o andar o dar patadas y las zapatillas de seda no le hacen
ningún favor a nadie).
Una peluca alta y
empolvada completa la imagen. Y unas gotas de colonia. Entonces
Juan/a hurga bajo las enaguas, se mete un dedo entre las piernas (no
lleva bragas, reivindicando un deseo de autenticidad que las Doc
Martens desmienten) y luego se da unos toques detrás de las orejas,
para que le den suerte, quizá, o para ayudarle a ligar. El taxi
llama a la puerta a las 11:05 y Juan/a baja y va al baile.
Mañana por la noche
Juan/a se tomará otra dosis; su identidad laboral durante la semana
es estrictamente varón.
VI.
Rajit nunca vio la acción de transformación de sexo de la Recarga como algo más que un efecto secundario. El premio nobel fue por el trabajo contra el cáncer (se descubrió que la recarga funcionaba para la mayoría de los cánceres, pero no para todos).
Para ser un hombre
inteligente, Rajit era sorprendentemente corto de miras. Había
algunas cosas que no había previsto. Por ejemplo:
Que habría gente que,
muriéndose de cáncer, preferirían morir a experimentar un cambio
de sexo.
Que la iglesia católica
se declararía en contra del catalizador químico de Rajit,
comercializado en esos momentos con el nombre de marca de Recarga,
principalmente porque el cambio de sexo hacía que un cuerpo de mujer
reabsorbiera la carne de un feto cuando se recargaba: los varones no
podían estar embarazados. Unas cuantas sectas religiosas más se
declararían en contra de Recarga, la mayoría de ellas citando el
Génesis, 1:27, "y los creó macho y hembra", como motivo.
Las sectas que se
declararon en contra de la recarga incluían: el islamismo, la
ciencia cristiana, la iglesia ortodoxa rusa, la iglesia católica
romana (con un número de voces discrepantes), la iglesia de la
unificación, los trekkies ortodoxos, el judaísmo ortodoxo y la
alianza fundamentalista de los E.E.U.U.
Entre las sectas que se
declararon a favor del uso de la Recarga cuando un médico titulado
lo consideraba el tratamiento apropiado se incluían la mayoría de
los budistas, la iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos
días, la iglesia ortodoxa griega, la iglesia de la cienciología, la
iglesia anglicana (con un número de voces discrepantes), los nuevos
trekkies, el judaísmo liberal y reformista y la coalición de la
nueva era de América.
Las sectas que al
principio se declararon a favor de utilizar la Recarga de forma
recreativa: ninguna.
Aunque Rajit se daba
cuenta de que la Recarga haría que la operación de cambio de sexo
resultara obsoleta, nunca se le ocurrió que alguien quisiera tomarlo
por razones de deseo o curiosidad o evasión. Por lo tanto, nunca
previó el mercado negro de Recarga y catalizadores químicos
similares; ni tampoco que, a los quince años de la puesta en venta
de Recarga y de la aprobación de la FDA, las ventas ilegales de las
imitaciones de Recarga de diseño (carga pirata, como se las
conoció pronto) venderían, gramo a gramo, más de diez veces que la
heroína y la cocaína.
VII.
En varios de los Nuevos Estados Comunistas de Europa del Este la posesión de cargas pirata traía aparejada la pena de muerte.
Se denunció que en
Tailandia y Mongolia se estaba obligando a recargar a los chicos en
chicas para aumentar su valor como prostitutas.
En China las niñas
recién nacidas se recargaban en niños: las familias ahorraban todo
lo que tenían por una única dosis. Los ancianos se morían de
cáncer igual que antes. La crisis de la tasa de natalidad
subsiguiente no se consideró como un problema hasta que fue
demasiado tarde, las soluciones drásticas que se propusieron
resultaron difíciles de ejecutar y condujeron, a su modo, a la
revolución final.
Amnistía Internacional
denunció que en varios de los países panárabes estaban
encarcelando y, en muchos casos, violando y asesinando, a los hombres
que no podían demostrar fácilmente que habían nacido varones y que
no eran, en realidad, mujeres que huían del velo. La mayoría de los
líderes árabes negaron que ninguno de esos fenómenos estuviera
ocurriendo o hubiera ocurrido jamás.
VIII.
Rajit tiene sesenta y tantos años cuando lee en The New Yorker que la palabra cambio está adquiriendo connotaciones de indecencia profunda y de tabú.
Los colegiales se ríen
avergonzados cuando se encuentran frases como "Necesitaba un
cambio" u "Hora de cambiar" o "Los vientos del
cambio" en sus estudios de literatura de antes del siglo XXI. En
una clase de inglés en Norwich risitas obscenas y horrorizadas
reciben a un chico de catorce años que descubre la frase "Con
un cambio se renuevan las energías".
Un representante de la
King's English Society escribe una carta a The Times, en la
que lamenta la pérdida para la lengua inglesa de otra palabra
totalmente aceptable.
Varios años después
procesan de modo satisfactorio a un joven de Streatham por llevar en
público una camiseta con el lema ¡HE CAMBIADO! impreso con toda
claridad.
IX.
Jackie trabaja en Blossoms, un club nocturno de Hollywood Oeste. Hay docenas, si no cientos, de Jackies en Los Ángeles, miles por todo el país, cientos de miles por todo el mundo.
Algunos de ellos trabajan
para el gobierno, otros para organizaciones religiosas o para
empresas. En Nueva York, Londres y Los Ángeles, la gente como Jackie
está en la puerta de locales muy exclusivos.
Lo que hace Jackie es
observar a la gente que va entrando y pensar, Nacido V ahora M,
nacida M ahora V, nacido V ahora V, nacido V ahora
M, nacida M ahora M...
En "Noches Naturales" (es decir: sin cambios) Jackie
repite, «Lo
siento, esta noche no puede entrar» muchas veces. La gente como
Jackie tiene un acierto del 97 por ciento. Un artículo del
Scientific American sugiere que la capacidad para el reconocimiento
del sexo de nacimiento podría ser de herencia genética: Una
habilidad que siempre existió pero que no tuvo ningún valor
estricto de supervivencia hasta ahora.
A Jackie le tienden una emboscada
en las primeras horas de la madrugada, después del trabajo, al fondo
del aparcamiento del Blossoms.
Y Jackie, cada vez que otra bota le patea la cara y el pecho y la
cabeza y la entrepierna, piensa, Nacido V ahora M, nacida M ahora M,
nacida M ahora V, nacido V ahora V...
Cuando Jackie sale del hospital,
visión sólo en un ojo, la cara y el pecho un único cardenal
inmenso y verde violáceo, recibe un mensaje, enviado con un ramo
enorme de flores exóticas, que dice que su puesto de trabajo sigue
vacante.
No obstante, Jackie coge el tren
bala a Chicago y, de ahí, coge el tren de escala a Kansas City y se
queda allá, trabajando como pintor y electricista, profesiones para
las que Jackie se había entrenado hace mucho tiempo, y no regresa.
X.
Rajit
tiene ahora setenta y tantos años. Vive en Río de Janeiro. Es lo
bastante rico como para satisfacer cualquier capricho; sin embargo,
ya no quiere practicar el sexo con nadie. Observa a todo el mundo con
recelo desde la ventana de su apartamento, mientras mira fijamente
los cuerpos bronceados en la playa de Copacabana, y duda.
La opinión que tiene de él la
gente que está en la playa es igual al agradecimiento que sentiría
hacia Alexander Fleming un adolescente con clamidia. La mayoría se
imagina que Rajit ya debe de estar muerto. A todos les da igual.
Se ha sugerido que ciertos
cánceres han evolucionado o mutado para sobrevivir a las recargas.
Muchas enfermedades bacteriales o víricas sobreviven a las recargas.
Unas cuantas incluso crecen con fuerza después de una recarga y se
ha planteado como hipótesis que una variedad de gonorrea utiliza el
proceso al ser transportada de un cuerpo
a otro, permaneciendo latente en el portador y volviéndose
infecciosa sólo cuando los genitales se han reorganizado en los del
sexo opuesto.
Aun así, la esperanza de vida en
Occidente está aumentando.
La
razón por la cual algunos librecargadores
—
consumidores
de Recarga por diversión—
parece
que envejecen con normalidad, mientras que otros no dan señales de
envejecer en absoluto es algo que tiene intrigados a los científicos.
Algunos afirman que el segundo grupo en realidad está envejeciendo a
nivel celular. Otros sostienen que es demasiado pronto para
percibirlo y que nadie sabe nada con certeza.
Recargarse no invierte el proceso
de envejecimiento; no obstante, hay pruebas de que, en algunas
personas, puede detenerlo. Muchos miembros de la generación mayor,
que hasta ahora se han resistido a recargarse por placer, empiezan a
tomarlo a menudo, recargándose, tanto si tienen una condición
médica que lo justifica como si no.
XI.
El
dinero suelto ahora se conoce como calderilla o, en ocasiones,
metálico.
Al proceso de hacer diferente o
de alterar suele llamársele variar.
XII.
Rajit
se está muriendo de cáncer de próstata en su apartamento de Río.
Tiene poco más de noventa años. Nunca ha tomado Recarga; ahora la
idea le aterroriza. El cáncer se le ha extendido hasta los huesos de
la pelvis y a los testículos.
Toca el timbre. Sigue una espera
corta para que el enfermero apague la telenovela de cada día y deje
la taza de café. Al final, el enfermero entra.
—
Llévame
fuera, al aire libre —
le
dice, con voz ronca. Al principio el enfermero finge no entenderle.
Rajit lo repite, en su portugués rudimentario. El enfermero dice que
no con la cabeza.
Consigue
levantarse de la cama
—
una
figura consumida, tan encorvado que casi es jorobado y tan débil que
da la sensación de que una tormenta se lo llevaría volando—
,
y empieza a andar hacia la puerta del apartamento.
Su enfermero intenta, y no lo
consigue, disuadirle. Entonces, le acompaña hasta el pasillo y le
sostiene el brazo mientras esperan el ascensor. Rajit lleva dos años
sin salir del apartamento; ni siquiera salía antes del cáncer. Está
casi ciego.
El enfermero le acompaña hasta
el sol abrasador, al otro lado de la calle y abajo, a la arena de
Copacabana.
La gente que está en la playa se
queda mirando al anciano, calvo y podrido, con un pijama antiguo, que
mira a su alrededor con ojos sin color que antes fueron marrones a
través de gafas de montura oscura con cristales de culo de vaso.
Él les devuelve la mirada.
Son
dorados y hermosos. Algunos duermen sobre la arena. La mayoría están
desnudos o llevan el tipo de atuendo de baño que realza su desnudez
y la hace destacar.
Rajit
les conoce, entonces.
Más
tarde, mucho más tarde, hicieron otra película biográfica. En la
secuencia final el anciano se cae de rodillas en la playa, como hizo
en la vida real, y un hilo de sangre le sale de la bragueta abierta
del pantalón del pijama, empapando el algodón desteñido y dejando
un charco oscuro en la arena blanca. Los mira a todos, observándoles
de uno a otro sobrecogido, como un hombre que al final ha aprendido a
mirar el sol.
Dijo
sólo una palabra cuando murió, rodeado de la gente dorada, que no
eran hombres, que no eran mujeres.
Dijo,
«Ángeles»
Entonces, la gente que estaba viendo la película
biográfica, tan dorados, tan hermosos, tan cambiados
como la gente de la playa, supo que todo había acabado.
Y, en algún sentido que Rajit habría
comprendido, así era.