Josu Sein
Después de vivir toda mi infancia y adolescencia con Susan, una encantadora, miedosa, rabiosa y peligrosa gata con la que siempre dormía y a la que tuvimos que sacrificar porque el cáncer de mama le pasó al pulmón, mis primos aparecieron con un macho recién nacido al que encontraron atrapado no sé dónde sin poder salir. Jacko, el blanco y negro. Tuvimos que darle biberón. El cabrón me despertaba dándome literalmente tortas en la cara. Cuando abría los ojos, él salía corriendo por el pasillo para que yo le persiguiera, y cuando llegábamos a la cocina, yo salía corriendo y me perseguía él. Qué mala leche tenía el hijoputa también. Meses después mi padre trajo de La Rioja a otro cachorro macho, Bunny, el rubio, una mezcla de gato callejero y de angora que nació sin cola. Jacko dejó a un lado sus juegos conmigo y se dedicó a Bunny. Amor a primera vista. Antes de esterilizarlos se intentaban violar el uno al otro, pero es que sus días de celo no coincidían. Una pena. Después de que llamaran a mis padres de ETB (Euskal Telebista) para contar cómo se vivía sin trabajo y sin sueldo (no fueron) y de que la asistenta social les dijera que ya tenían la pensión de mi abuelo y punto, mi padre encontró curro como jardinero en una comunidad de villas. Nos mudamos a la casa que tenían para el jardinero. Allí Jacko y Bunny podían salir a la calle a sus anchas y eran felices. Dormían conmigo o uno encima del otro, como en la foto. Llegó un momento en el que la confianza da asco. Jacko siempre se subía donde Bunny estaba dormido y se hacía sitio él solo. Cuando Bunny se cansaba y se iba, Jacko se quedaba a sus anchas. Hay que ver... Pero se seguían amando. Bunny, que era lo que consideramos un verdadero santo y que jamás en su vida mordió ni sacó las uñas, veía CUALQUIER OTR@ GAT@ QUE NO FUERA JACKO e iba literalmente a por él. A matarlo, vamos. Mi madre y mi padre tenían curro y yo me fui a estudiar y vivir a Barcelona, mantenido. Los mejores años de mi vida. Nunca fui feliz antes de irme a Barna. El sexto año mi estado empeoró, empezando por el embarazo de Mónica cuando David (del que he estado enamorado 7 años) y ella iban a cortar, entre otras cosas. Cuando se acercaba el verano del 2005 mi padre con 57 años empezó a desarrollar los síntomas del Insomnio Familiar Letal, un tipo de encefalopatía espongiforme cuyos pocos casos se han encontrado en España y sobre todo en el norte. Yo estaba en tratamiento psicológico y psiquiátrico, sin fuerzas para buscar curro. Mi madre tuvo que dejar el trabajo y no me podía mantener. Me tuve que volver a Donosti. La asistenta social (otra) tampoco nos ayudó, por cierto. Mi padre murió en casa a los 3 meses, sin que le hubieran dado la invalidez total a pesar de estar paralítico y demente, por lo que mi madre cobra muchísima menos pensión de la que le corresponde. La asistenta que la sustituye actualmente a mí me ha ayudado bien poco, también. Mi madre y yo nos mudamos a un piso, mi prima entró a trabajar de jardinera en la comunidad y Jacko y Bunny se quedaron con ella, ya que llevaban muchos años corriendo por la calle, para no meterlos en un piso. Al de mucho tiempo Jacko desapareció un par de meses. Bunny no hacía más que maullar. Volvió a aparecer retornando a casa todo escuchimizado. No sabemos qué pasó. Se recuperó, pero más adelante volvió a desaparecer para siempre. Bunny siguió feliz con mi prima. Hace un par de días tenía 40 de fiebre y mi prima lo llevó a la veterinaria. Hoy, la respuesta. SIDA felino, adquirido por las peleas que tenía Bunny con otros gatos. No había nada que hacer (estoy mojando el teclado). Estaba débil, sin apenas poderse mover. La veterinaria nos ha dicho que si queríamos podíamos llevarlo a casa y probar si por un tiempo le bajaba la fiebre con medicinas, que seguramente no conseguirían nada y que crean efectos secundarios. Mi prima no hacía más que llorar. Hemos decidido sacrificarlo en el momento. Mi prima cree en la vida después de la muerte. Delante de las veterinarias ha dicho: "Nos veremos en otra vida, ojalá a los humanos nos permitan la eutanasia". R.I.P.
Me podrán decir que estoy trasladando "características y emociones humanas" a los "animales". No espero que otros lo entiendan. Después de una muerte, automática e inconscientemente, lo racionalizamos todo, y nuestra mente nos dice que los humanos son superiores, que las consecuencias de la muerte de una persona querida son peores, incluso aunque suene egoísta y materialista, cuando tenemos algún tipo de dependencia a esa persona, incluída la económica, pero antes de racionalizarlo, el sentimiento es exactamente el mismo. No me avergüenzo de decirlo a pesar de haber visto morir a mi padre.
Y hablando de la muerte de mi padre:
A las 2 chicas a las que les alquilé una habitación en mi estudio, por hacerme la vida imposible y amenazarme con no irse hasta que lo conseguí cortando la luz desde Donosti.
A Toni, supuesto amigo, por hacerme perder mi propio piso al llenármelo de gente aprovechando que le dejé pasar un tiempo en mi habitación mientras yo estaba con mi padre.
A los que ocuparon mi piso acusándome de racista a pesar de que Toni era negro.
A Ramonet, por decirme que nunca más le volviera a hablar ya que no soporta a los débiles (algún día le pasará algo a él y me alegraré de que no se soporte a sí mismo). Sus palabras después de la muerte de mi padre fueron: "¿Por qué estás mal, si la gente se muere todos los días?"
A Goiuri, querida confidente, por pagar sus problemas conmigo y sin dar ninguna explicación anular el contacto conmigo después de decirme que soy un puto egoísta por despertarla una noche mientras mi padre se estaba muriendo.
A Adrián, una esperanza que tenía en aquel momento y con el que me iba a ir a vivir, por ser igual de cobarde que Goiuri y desaparecer del mapa sin dar ninguna explicación. La cobardía no está en cambiar de rumbo, sino en no dar explicaciones a los que ese cambio de rumbo afecta.
A David, por no preocuparse más que de sí mismo. Yo no busco en las amistades una noche de habitación gratis cada medio año para que me lo echen en cara. Busco amistad.
A los servicios sociales, psiquiatras y psicólogos de la seguridad social, por no escucharme, por pretender que la vida de todo el mundo sea igual, por sus negligencias y por todos los problemas que me causaron sus algo más que poco adecuadas medicinas, desde engordar 25 kilos hasta crisis epilépticas.
Hacia mi padre ya desapareció todo el rencor. Hacia los mencionados, en un día todavía navideño como hoy, todo mi odio.