Cuando el rey de reyes David me regaló el peluche del Principito para mi cumpleaños de hace un año lo quise ver como mi reflejo en el espejo de mi mente a pesar de mis entonces 37 años para cumplir, que hoy han sido sustituidos por los 38. No falló su capacidad de volar, que creía mía, sino el control del vuelo tras tanto tiempo echándome tierra encima. La luz me cegó y caí. El hospital estaba mucho más oscuro y pude ver que más oscura era aún la capacidad de mi columna para soportar mi cuerpo. El virus que me penetró tres años atrás era ahora un cariñoso amante haciéndome cosquillas, mientras que mi propio cuerpo era una fábrica de dolor. Dolor que empujó a Roger, que no supo equilibrar la toxicidad y el chamanismo que lo caracterizaban, al vuelo definitivo. Fenobarbital corriendo por mis venas, al parecer más débil que los arándanos que veía flotando y que respiraba recuperando la memoria hasta fortalecerme y endurecerme en demasía, tanto que me volví a romper cuando los pulmones que me daban el aire que yo no podía respirar y los huesos que se encargaban de mantenerme erguido y empujarme a caminar como las muletas que necesitaba se comenzaron a atacar a sí mismos, creciendo de manera desmesurada y contaminante para suplir mis faltas. Colonización invasiva de un ejército de cangrejos en el cuerpo cuyo túnel me expulsó a este mundo. Un año desagradablemente corto acompañado de una postración desagradablemente larga y de días tediosos y estériles. No busco a ningún príncipe azul, que se quede él con su tristeza añil. La mía es roja, llena de rabia fácilmente transformable en pasión. Quizás muera solo, como muchos dicen. Y por eso mismo qué mejor que vivir y matar acompañado. Ya conocí a príncipes escarlata que se ahogaron con su propia sangre por no poder compartirla, la que no tienen los muñecos de trapo ni los reflejos especulares. Beberé todo el licor de los príncipes y princesas que no sean capaces de ralentizar sus ríos, para sanarnos y perder el miedo que no vieron en mí aquellos dos palpitantes corazones que me enseñaron cómo en plena era digital el género se rinde y desaparece sin necesidad de disputa, para darle un giro argumental al cuento poético, que es como decir de Poe, aprender a ser reyes y bailar alrededor de hogueras durante el presente y los futuros cumpleaños hasta que la carne cambie.
Texto de Josu Sein (22 de diciembre del 2015)
Tori Amos: "iieee" (subtitulada en castellano)
www.josusein.com
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