Aunque ya existen libros
incluso un siglo anteriores, "Los derechos de los animales"
de Henry S. Salt, publicado por primera vez en 1892, fue un
libro pionero en lo que a los derechos de los animales y al
significado de este término se refiere. Tras una introducción de
Jesús Mosterín y unas primeras palabras de Henry S. Salt
donde ya se advierte que se trata de un término muy utilizado en las
falacias y los juegos de palabras y que no trata esta obra de
discusiones académicas y lingüísticas sino éticas, Salt deja
clara la necesidad de contemplar el significado de derecho del mismo
modo para humanos y para razas inferiores, término que no comparto pero bastante
utilizado, aunque sea en menor grado, ya que
las características de las que los humanos se vanaglorian también
se encuentran en los demás animales aunque sea en ese menor grado. Se
trata de un libro corto, de fácil lectura y dividido en cortos
capítulos que de manera muy didáctica tratan de un ámbito
diferente en el que los animales son torturados y sus derechos son
vulnerados, aunque esto no evita desde luego que nos hallemos ante un
libro muy profundo y que en el año en el fue publicado tuvo que
resultar desde luego muy llamativo y pionero.
El libro se divide en los
siguientes capítulos:
1.- El principio que
reconoce los derechos de los animales: Todos entendemos como
derechos vitales, primordiales, esenciales e inherentes a la
existencia misma del individuo el derecho a la vida, a hacer con ella
lo que uno quiera, a no ser torturado ni privado de libertad. El
término libertad también ha sido muchas veces utilizado en
juegos de palabras para ridiculizar a los que la defienden, ya que no
se puede tolerar que alguien tenga la libertad de matar, por poner un
ejemplo extremista, por lo que la libertad ha de ser restringida.
Pero es que en la defensa de la libertad de todos los seres
sintientes, la de todos, no la mía sobre la tuya, esa restricción
va implícita, resultando una obviedad que cada uno ha de tener la
libertad de hacer con SU vida lo que quiera, pero nunca nada con la
de otros si ellos no quieren, y que debe ejercer su libertad sin
dañar a nadie. Pues bien, teniendo en cuenta que, aunque sea en
mayor o menor grado, todos los seres sintientes compartimos estos
mismos intereses, también en mayor o menor grado hemos de disfrutar
de la libertad de gozar de ellos, es decir, hemos de tener los mismos
derechos, derechos que no se basan en que tú tengas una obligación,
sino en que otro tiene una obligación respecto a ti, algo muy
patente en el caso de los niños y los animales no humanos, tanto más
cuanto más dependen de los humanos, algo que Jesús Mosterín
ya aclara en la introducción. Ya Salt en este capítulo, muy
ingeniosamente teniendo en cuenta el año en el que se escribió,
habla de cómo los blancos pusieron el grito en el cielo cuando se
reclamaron los derechos de los negros, como ocurrió en el caso de
las mujeres, situación que comenzó a cambiar drásticamente y de
manera rápida, dando una visión optimista también en lo que se
refiere al estado de los animales no humanos. Hace hincapié también
en el concepto de necesidad, ya que lo utilizamos para justificar
prácticas que no son en realidad necesarias para el ser humano.
Si tenemos que matar,
ya se trate de hombre o de animal, matemos y ya está; si hemos de
infligir dolor, hagamos lo que es inevitable, sin hipocresía, sin
evasivas, sin gazmoñería. Pero (en esto reside el punto cardinal),
asegurémonos antes de que es necesario; No trafiquemos
arbitrariamente con las innecesarias miserias de otros seres e
intentemos luego acallar nuestra conciencia con una serie de excusas
mal traídas que no resisten un solo momento de imparcial
investigación.
2.- El caso de los
animales domésticos: De manera
acertada separa Salt
los denominados animales domésticos de los salvajes. ¿Tenemos
nosotros derecho a esclavizar a individuos de otras especies? Si ya
está hecho y muchos animales han sido modificados hasta el punto de
que hemos pasado a compartir de alguna manera el mismo entorno
natural dependiendo siempre ellos de nosotros, ¿no tenemos acaso la
obligación de respetar sus características naturales y
proporcionarles el mayor bienestar posible como hacemos con los
niños?
La
vida normal de las «bestias
de carga»,
el caballo, el asno y la mula, es de principio a fin una ruda
negación de su individualidad y su inteligencia. Solemos dirigirnos
a ellos y tratarlos como necios intrumentos de la voluntad y el
placer humanos, en vez de como los seres sensibles y de elevada
organización que son.
Aparte
de los derechos universales que poseen en común con todos los seres
inteligentes, los animales domésticos tienen un especial derecho a
la cortesía y al sentido de equidad de los seres humanos por cuanto
son no sólo sus criaturas compañeras, sino sus compañeros de
trabajo. Están a su cargo y son, en muchos casos, miembros asociados
a la familia y huéspedes de confianza en su hogar.
la
esclavitud es odiosa e inicua en toda ocasión
3.- El
caso de los animales salvajes:
Así como los animales domésticos, aunque evidentemente no
éticamente, son legalmente de nuestra propiedad, no ocurre lo mismo
con los animales salvajes, por lo tanto, con mayor razón se hace
patente de parte de quién está la barbarie cuando los arrancamos de
su entorno natural, sea cual sea la razón. Ningún animal es per
se
una plaga, un alimento, un vestido o cualquier otra cosa. Es obvio
que la defensa propia es totalmente legítima, pero eso no nos da
derecho en ser los primeros en atacar si no hay ningún peligro
patente en ningún ámbito.
Aprovechar
los sufrimientos de los animales, salvajes o domesticados, para la
satisfacción deportiva, la gula o la moda, resulta del todo
incompatible con ninguna posible afirmación de los derechos de los
animales.
Enjaular
a un ave canora es otra práctica que merece la mayor reprobación.
Señalaré
por último que, si deseamos cultivar una más estrecha intimidad con
los animales salvajes, debe ser una intimidad que se base en el amor
genuino por ellos en cuanto seres vivientes y criaturas compañeras,
y no en el superior poder o astucia que nos permiten arrancarlos de
su hábitat nativo, frustrar la entera finalidad de su vida y
degradarlos para convertirlos en animales objeto, en curiosidades, en
autómatas que nos ahorran trabajo.
4.- La
matanza de animales como alimento: Todavía
hoy en día este campo es el que más heridas hace sangrar entre los
propios defensores de los derechos de los animales, y Salt,
que este libro concreto no quería dedicarlo al vegetarianismo (para
ello ya escribió otro libro ya que era vegetariano), no pudo aun así
resistirse a dedicarle unas palabras para defender la total ausencia
de dolor físico y psíquico en los animales que destinamos a nuestra
dieta, aunque dejando claro que él ya intuía que este campo sería
el más lento en cambiar, pero que estaba convencido de que
finalmente lo haría.
La
anatomía comparada ha demostrado que el hombre no es carnívoro,
sino frugívoro, en su estructura natural, y la experiencia ha
demostrado que la alimentación a base de carne es totalmente
innecesaria para sustentar una vida saludable.
Hace
cincuenta o cien años quizá existiera alguna excusa para suponer
que el vegetarianismo era una simple manía. Pero no existe en la
actualidad semejante excusa.
El
argumento común, que adoptan muchos apologistas del consumo de
carne, o de la caza del zorro, según el cual el dolor que se inflige
al matar a los animales está más que compensado por el placer que
han gozado durante su vida, ya que de otro modo no hubieran existido
siquiera, es más ingenioso que convincente, ya que no es en rigor
nada más que la vieja y conocida falacia que ya hemos comentado: el
arbitrario truco de constituirnos nosotros en portavoces e
intérpretes de nuestras víctimas.
(Y
los siempre anclados en el pasado tauricidas siguen recurriendo en la
actualidad a esta falacia...)
5.- Caza
deportiva, o matarifes de afición: Lamentablemente,
cuando un matarife de la industria cárnica se excede (ejem...) en su
trabajo y es grabado torturando, maltratando y golpeando a un animal
puede escudarse en que "es su trabajo", lo que no deja de ser de
alguna manera legalmente cierto en ocasiones, aunque desde luego
nunca éticamente. ¿Pero qué pasa cuando ciertas especies y razas
de animales son criadas para que ataquen a otras para la mera
diversión del humano que no va a comer en general a esos animales (o
aunque lo haga ya bastante penoso es que exista la industria
alimenticia como para que se añadan más víctimas inocentes
innecesariamente) y que llega a maltratar y abandonar a los
predadores que mostraban incluso amor por sus verdugos? Ya Salt
se dió cuenta en el siglo XIX de que urgía legislar estas
barbaries, y en ello seguimos, pero no me quiero imaginar cómo era
todo cuando existía la, encima, distinguida
caza del zorro, aunque la caza con galgos siga poniendo los pelos de
punta.
Si
es que los animales —o los seres humanos, si se quiere— han de
ser sacrificados, pues sacrifíqueselos. Pero hallar diversión en la
angustia mortal de otros seres es en verdad de una estupidez
desoladora.
6.- Sombrerería
asesina: Salt
dedicó este capítulo concretamente a la sombrerería y no a la
utilización de pieles en general, porque consideraba que la
utilización del cuero natural iría disminuyendo con la disminución
de la matanza de vacas y cerdos (cierto es que los veganos nos hemos
multiplicado increíblemente desde el siglo XIX, pero no contempló
que aunque la industria liberaría a muchos animales de servir para
el trabajo como así ocurrió, Henry
Ford
desarrollaría la producción en cadena que se aplicaría en tantos
ámbitos de la vida), mencionando además que la utilización de
cueros artificiales se estaba extendiendo, y consideró que el caso
de matar aves con el único fin de adornar las cabezas de las
inglesas del XIX, embellecimiento que seguro que necesitaban pero que
se convertía en afeamiento con el vertido de sangre, necesitaba un
capítulo específico, por lo, a todas luces y se mirase por donde se
mirase, innecesario de la práctica, práctica que no existiría si
el producto no fuera demandado, siendo las verdaderas responsables
las que utilizaban sombreros con plumas y no los que arrancaban esas
plumas a las aves. Considero que hoy en día es igual, y que los que
pagan son los que hacen que una práctica no desaparezca, aunque
entonces no contaban con la industria publicitaria que tanto ha
cambiado todo...
A
la alimentación carnívora corresponde la orgullosa distinción de
causar una mayor cantidad de sufrimiento que ninguna otra costumbre;
a la caza deportiva, el mérito de una brutalidad única, sin
parangón; mientras que la clientela de la sombrerería asesina
proporciona el ejemplo más maravilloso de la capacidad de la mente
humana para ignorar las responsabilidades personales.
7.- La
tortura experimental: Existen
muchos libros actuales a este respecto, escritos por científicos y
destinados a abolir la experimentación animal, pero llama la
atención que ya en el siglo XIX se apelara por el desarrollo de
técnicas alternativas hoy bastante desarrolladas aunque intereses
empresariales hagan que no continúen desarrollándose hasta dejar a
la vivisección desfasada.
Nada
que sea aborrecible, repugnante, intolerable a los instintos
generales de la humanidad, es necesario. Es mil veces preferible que
la ciencia renuncie a la cuestionable ventaja de ciertos
descubrimientos problemáticos, o que los posponga, a que se atente
incuestionablemente contra la conciencia moral de la comunidad
creando confusión entre el bien y el mal. El atajo no siempre es el
camino recto, y perpetrar una cruel injusticia contra los animales
inferiores y tratar luego de excusarla sobre la base de que
beneficiará a la posteridad, es un argumento tan inadecuado como
inmoral. Puede que sea ingenioso (en el sentido de engañar al que no
sabe), pero no es con certeza científico en ningún sentido
verdadero.
Quienes
trabajan para abolir la vivisección, o cualquier otro mal en
particular, deberán hacerlo con el declarado propósito de tomar una
de las plazas fuertes del enemigo, no porque crean que con ello habrá
concluido la guerra, sino porque podrán hacer uso de la posición
así ganada como un ventajoso punto de partida para un progreso
todavía mayor.
8.- Líneas
de reforma: ¿Cómo
conseguir cambiar la mayoritaria idea de que hay un insalvable abismo
entre humanos y animales, términos que casi parecen opuestos cuando
los humanos somos una especie animal más? Principalmente, mediante
dos vías. La educación, tanto de niños como de adultos, y la
legislación, tan importante si se vive en una sociedad moderna
(dejemos el posmodernismo para otra ocasión) para prohibir el mal,
porque como se ha dicho al principio, cada individuo debe tener el
derecho de hacer con su propia vida lo que quiera, pero nada por la
fuerza con la de los demás.
La
gran república del futuro no limitará al hombre su beneficiencia.
(...)se
trata de aseverar que la razón nunca puede, por sí sola, dar lo
mejor de sí; no puede ser nunca verdaderamente racional, excepto
cuando se halla en perfecta armonía con los instintos y simpatías
emocionales, profundamente asentados, que subyacen a todo
pensamiento.
Muchos
activistas actuales no se muestran tan optimistas como lo era Salt,
pero como él recalca, no nos olvidemos de que la situación de los
esclavos negros cambió de la noche a la mañana, la de las mujeres,
según se vea, también lo hizo o lo está haciendo todavía pero
rápidamente, lo mismo pasó con los niños trabajadores, y somos ya
millones los que defendemos los derechos de los animales no humanos
ya que ellos no lo pueden hacer por sí mismos. Dejemos a un lado la
ecología y el mal inherente al ser humano que continuará creando
guerras, y aferrémonos a un pensamiento optimista, indispensable
para cambiar algo. Ya lo dijo Leigh
Hunt:
«Que el dolor y el mal existan no es regla para que cualquier idiota
los agrande». El
establecimiento de los derechos de los animales no humanos y la
prohibición de su vulneración y el cada vez mayor castigo por
cometerla es ya imparable.
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